jueves, 5 de enero de 2017

Campos electromagnéticos y Salud Pública

En un magnífico libro, "Lecciones tardías de alertas tempranas", la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) hace un repaso de aquellos productos y tecnologías sobre los que aparecieron algunas voces críticas iniciales y las consecuencias de no escucharlas.
Adrián Martínez
Médico y profesor de Formación Profesional de Sanidad
Casos como el del amianto (al principio considerado un mineral milagroso y al que después se responsabilizó de infinidad de casos de cáncer de pulmón), el dietilestilbestrol, DES (recetado al principio a mujeres embarazadas para prevenir riesgos de aborto y más tarde demostrado cancerígeno) o la talidomida (provocando enormes malformaciones) son magníficos y aterradores ejemplos de ello. En la actualidad, las antenas de telefonía móvil, los teléfonos inalámbricos y móviles, el wifi, el bluetooth, el Wimax, las lámparas fluorescentes, los transformadores eléctricos, las subestaciones y líneas eléctricas y cualquier aparato o equipo doméstico (TV, ordenador, etc.), tanto  instalados en el interior de las viviendas como en múltiples ámbitos públicos y privados, incluyendo los educativos, se han convertido en nuevos monstruos sin control engendrados por un sistema genuflexionado ante las grandes multinacionales del sector. 
Desde los años treinta del siglo pasado se tienen noticias de la influencia en la salud de determinadas radiaciones electromagnéticas no-ionizantes, pero ha sido en los últimos tiempos cuando la electrohipersensensibilidad, patología considerada entre las de estirpe ambiental, ha llegado a niveles intolerables de incidencia y prevalencia sin que nuestras autoridades políticas, sociales y sanitarias den una respuesta adecuada. La OMS (Organización Mundial de la Salud) admitió en 2011 que los campos electromagnéticos de alta frecuencia eran posibles agentes cancerígenos, del mismo modo que se había admitido anteriormente para los campos magnéticos de baja frecuencia. 
Está constatado que todas estas tecnologías emiten campos electromagnéticos (CEM) de manera permanente en los lugares donde se instalan y que los efectos sobre la salud varían de persona a persona en función de su biología y de la intensidad y duración de la exposición. Los síntomas mejoran cuando se produce un alejamiento de las fuentes emisoras, en particular de las tecnologías inalámbricas, todas ellas fuentes potenciales de exposición a altos niveles de CEM de alta o baja frecuencia y reaparecen o se tornan recurrentes al volver al medio ambiente irradiado. 
La electrohipersensibilidad, síndrome de intolerancia electromagnética o de los microondas se desarrolla tras un tiempo de exposición a las radiaciones citadas. Sin embargo tras muchos años de verificación dentro del ámbito de la medicina científica, muchos médicos todavía no están familiarizados con la sintomatología de los afectados por los campos electromagnéticos. Esto es debido a la falta de información y al oscurantismo mediático y normativo existente en todo lo relacionado con las radiaciones y sus efectos sobre la salud. Sin embargo la OMS (2005), el Parlamento Europeo (2009), la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (APCE) (2011), las recomendaciones del Colegio de Médicos austriaco y las contribuciones del Estado sueco y australiano son algunos ejemplos de regulaciones, afirmaciones o recomendaciones ante este hecho medioambiental y sanitario.
Entre la sintomatología descrita para tal patología se encuentran, en una  primera fase: cefaleas, acufenos, anomalías de la sensibilidad superficial con disestesias, falsos vértigos o vértigos tipo Menière, problemas de atención o concentración, disminución de la memoria inmediata, opresión torácica, taquicardias, alteraciones digestivas y dérmicas, diarreas, gastralgias y náuseas. Una segunda donde la triada de insomnio, fatiga crónica y depresión junto a irritabilidad o violencia verbal y alteraciones del estado de ánimo, y una tercera que depende de las circunstancias o de la reducción de la exposición a los campos electromagnéticos. El cuadro es diferente en niños y adolescentes donde las alteraciones del comportamiento y la caída del interés por los estudios o por los juegos son sus expresiones clínicas y los componentes fundamentalmente alteraciones psíquicas por las que acaban siendo medicados sin ningún pudor. Para los adultos, se describe hasta un síndrome confusional, con desorientación temporoespacial, incluso a veces pseudodemencia. 
De esta forma, muchos pacientes acaban siendo diagnosticados y tratados de forma innecesaria de variados trastornos psicológicos aunque se trata de una patología puramente orgánica ya reconocida en Suecia, Austria y Japón. Y también por la Organización Mundial de la Salud (OMS) dando constancia de ello más de 25.000 publicaciones científicas, según datos de esta misma organización.
Por tanto es obvio que la electrosensibilidad no está relacionada de forma alguna con trastornos psicosomáticos, o psiquiátricos aunque sí es cierto que sufrir electrosensibilidad conlleva una reducción de la calidad de vida tanto en el aspecto físico como en el emocional. Es más la línea entre una persona aparentemente no sensibilizada a las radiaciones y una ya reconocida como electrosensible es realmente intangible y delgada variando los porcentajes según el país. Así en EEUU es de un 10% aproximadamente, mientras que en Suecia comienza a acercarse a ese porcentaje, unas 290.000 personas. Actualmente la Organización Mundial de la Salud considera que la tasa de personas electrohipersensibles en los países industrializados se acerca al cinco por ciento de la población. En España, que siempre es diferente, las autoridades políticas y sanitarias mantienen un silencio absoluto y no existen datos oficiales, como si el problema no existiese. Sin embargo algunas estimaciones científicas llegan a cuatro millones de españoles y aun no existiendo este reconocimiento oficial algunas resoluciones judiciales establecen que la hipersensibilidad electromagnética y ambiental constituye una causa para declarar la incapacidad laboral permanente y absoluta. 
Son muchos los silencios de nuestra administración, tanto como las advertencias de la comunidad científica internacional alertando de los peligros para la salud de los campos CEM provenientes sobre todo de las nuevas tecnologías de uso inalámbrico. En este sentido las alertas de numerosos científicos, expertos e investigadores con presencia en universidades de diferentes comunidades autónomas de nuestro país son solo una pequeña referencia al interés y preocupación que ocasiona y despierta este tema. 
Por otro lado, y a nivel internacional cabe destacar desde el llamamiento científico dirigido a la ONU y a la OMS; el dictamen proteccionista  de la sección TEN del Comité Económico y Social Europeo (CESE); las Directrices europeas de actuación en campos electromagnéticos de la Academia europea de Medicina ambiental; la Declaración científica internacional de Bruselas sobre Electrohipersensibilidad (EHS) y las recomendaciones del Comité permanente de Salud canadiense.
Por otro lado algunas resoluciones del Parlamento Europeo demandan actualizar los límites de exposición y la protección de espacios sensibles (escuelas, guarderías, residencias de ancianos y centros de salud). Asimismo la resolución del Consejo de Europa (2011) y la Resolución 1815 (25 de mayo) de su Asamblea Parlamentaria solicitó a los Estados miembros adoptar ya “todas las medidas razonables” para reducir la exposición a CEM, primar el acceso a Internet a través de la conexión por cable sustituyendo al  Wi-Fi y regular estrictamente el uso de los teléfonos móviles en recintos educativos, realizando campañas de información y concienciación sobre sus riesgos. 
No hay que olvidar que la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) de la OMS, clasificó en 2011 los campos electromagnéticos de radiofrecuencia (móviles, teléfonos inalámbricos, Wifi, Wimax, etc.) como “posiblemente carcinógeno para los humanos (Grupo 2B)” basado en un mayor riesgo de glioma, un tipo maligno de cáncer cerebral. Asimismo los Informes BioInitiative (2007, 2012) y el REFLEX (2004) advierten de la gran cantidad de efectos que sobre la salud pueden ocasionar los CEM de estas frecuencias y por lo tanto recalca que los límites actuales de seguridad pública, entre ellos los de la Comisión Internacional de Protección contra la Radiación No-Ionizante (ICNIRP), no son adecuadas para proteger la salud pública.
La Declaración Médica Internacional (Declaración de Friburgo 2012) sobre esta cuestión finaliza del siguiente modo: Destacados científicos consideran las masivas intervenciones sobre el funcionamiento biofísico vital generados por los campos electromagnéticos (CEM) artificiales como el mayor experimento biomédico jamás visto en la historia humana. Ya sabemos lo suficiente en este momento acerca de los riesgos y peligros para exigir, como mínimo, una acción inmediata de precaución en esta materia de nuestros responsables políticos, dejando al lobby negacionista de la contaminación electromagnética con sus vergüenzas al aire, añado.
Fuente: http://www.deverdaddigital.com/articulo/21162/campos-electromagneticos-y-salud-publica/

martes, 3 de enero de 2017

(#196). LOS TELÉFONOS MÓVILES PRODUCEN EFECTOS TÉRMICOS POR DEBAJO DE LOS NIVELES MÁXIMOS LEGALES La radiación de teléfonos móviles en el umbral en que consideran las normas a las que se acogen muchos países causa una efecto biológico mensurable en la actividad eléctrica cerebral, que es ocasionado por un efecto térmico a través del nervio trigeminal

[REVISIÓN DE ARTÍCULO] Las neuronas del nervio trigeminal responden a pequeños cambios en la temperatura por encima del nivel base local. La radiación de los teléfonos móviles interactúan con la piel facial para producir alteraciones en esa temperatura. Tal y como los autores comentan, ese efecto térmico es el único reconocido hasta hoy en día en el ámbito normativo por el cual esas radiaciones pueden e interactuar con el cuerpo.
Empleando el método del “analysis of brain recurrence” (ABR), se pueden cuantificar los cambios en la actividad eléctrica cerebral, incluso a niveles subliminales, es decir, que no son conscientemente percibidos por los humanos. Esas señales pueden amplificarse y pueden producir respuestas intracelulares. El objetivo de esta investigación es analizar si las radiaciones de los teléfonos móviles se pueden transducir indirectamente a través de las neuronas del nervio trigeminal, alterando la actividad eléctrica del cerebro.
Metodología
Participaron 10 adultos entre 21 y 74 años, que fueron elegidos aleatoriamente, pero a los que se les encubrió la duración de la radiación para no condicionar su respuesta.
Se empleó una señal a 1 GHz (característica de un teléfono móvil) que era emitida por un dispositivo cercano a la mejilla de los participante y que mandaba una señal a dos antenas situadas en las inmediaciones de esos individuos. Se enviaba una señal durante 4 segundos y se apagaba durante 8 segundos más, repitiéndose esa secuencia 60 veces. A esos sujetos se les monitorizó su actividad cerebral mediante un electroencefalograma. El campo eléctrico medido en la mejilla de los participantes era de 60 V/m (lo que equivale a poco más de 900000 microW/m2, que es el nivel de exposición máximos según la ICNIRP para 1800 MHz).
Los autores asumen que la transducción de calor está facilitada por el canal iónico del Na+, y valoraron los efectos de la exposición en un inicio sobre las cuatro bandas de baja frecuencia del cerebro (entre 0.5 y 35 Hz), aunque tras los análisis preliminares sólo observaron una relativa homogeneidad de varianzas entre sujetos en la banda de frecuencia Delta (0.5 – 4 Hz), por lo que centraron sus análisis estadístico sólo en ese endpoint.
Resultados e implicaciones
Se detectaron cambios significativos en 9 de los 10 sujetos expuestos en esa banda de frecuencias Delta. Todos los cambios en la actividad cerebral fueron en el mismo sentido (drecimiento de la recurrencia).
La radiación de teléfonos  móviles en el umbral en que consideran las normas a las que se acogen muchos países (por debajo de lo que produciría un efecto térmico) causa una efecto biológico mensurable en la actividad eléctrica cerebral, que es ocasionado por un efecto térmico a través del nervio trigeminal.
Limitaciones/Comentarios
Los autores advierten que sus resultados deben ser replicados, y sería necesario estudiarlo también a niveles más bajos de emisión. No obstante, los investigadores concluyen su artículo con una sentencia lapidaria “Tomados globalmente, los estudios experimentales realizados apoyan la hipótesis original de que el proceso prototípico por el cual los campos electromagnéticos (incluyendo pero no limitados a la radiación de teléfonos móviles) están ligados a enfermedades en humanos, consiste en una transducción sensorial y una respuesta crónica al estrés resultante de interacciones neuroendocrinas inmunes”.
 Marino A. A. et al.  (2016). Trigeminal neurons detect cellphone radiation: Thermal or nonthermal is not the question. Electromagnetic Biology and Medicine, doi: 10.1080/15368378.2016.1194294
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